Las ciudades son sus ciudadanos.
AsÃ, cuando en mal o buen dÃa
el alcalde ve la ciudad rota,
el niño teme jugar entre los árboles,
y la madre llora por no poder dormir en la noches
a causa de las sirenas que anuncian
la muerte, el arresto o la destrucción de la ciudad;
se hace necesario, ¡indispensable!
organizar kermeses,
crear los más Ãgneos espectáculos
jamás vistos por hombre alguno
de esta ciudad.
¡Bum! y la sirena muere.
¡Fliu!, ¡pum!, y los monstruos que colman
las copas oscuras de los árboles
caen como olivos cosechados.
¡SonrÃe, sonrÃe!, ciudad sin dientes.
¡Saluda, saluda!, metrópolis manca.
¡Grita de alegrÃa!, que el dolor es sordo y aún no te escucha.
Las ciudades,
en ocasiones especiales,
tienen que hacer uso de un viejo truco:
la contradicción,
para apuntalar su seguridad amputada,
para que se le siga llamando ciudad
y no sea la burla
de ojos extranjeros.
Verdad.
Luego
se hace necesaria
la muerte de las sirenas
por no poder dormir en las noches
entre los árboles de la ciudad rota.
En mal o buen dÃa las ciudades fueron sus ciudadanos.