Del niño que se vio volar

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Descaradamente hurgo dentro de mis recuerdos. Descaradamente construyo una mentira reiterada. Escribo esto y estoy escribiendo otra cosa y trato de mentir mientras escribo esto y trato de ser sincero mientras escribo lo otro, que es mentira. No hay manera de pararlo, es como el falso rumor de una peste cercana, que da certeza al miedo y anima la fuga de los crédulos, quienes abandonan casas y talleres y se echan al camino como locos de vida, buscando un refugio innecesario. Así me echo yo, rabioso y sin esperanzas, hacia las tierras baldías de mis recuerdos. Y trato de construir un nuevo y falso hogar. Y estoy casi mintiendo
Hubo una vez en la que yo vivía en una casa sencilla, en medio de un terreno pedregoso. Antes, en el sitio que ocupaba esa casa, hubo un horno de ladrillos. No era difícil encontrar vértices rotos de tabiques en medio del patio, o si se excavaba para construir una nueva letrina o sembrar un geranio, ahí aparecían los cadáveres deformes de los ladrillos reventados o quemados, escorias que se acumularon unas sobre otras como mudos residuos de una guerra sin ganadores
Al igual que todos, hubo días en los cuales fui niño y solía vestir con una camisita de mangas cortas, roja y a cuadros, con un pantalón recto de tela café y unas chanclas de plástico, siempre polvorientas y de las cuales se asomaban unos dedos morenos. No hay razón para volver a la infancia y examinar aquellos tiempos, no hay motivo para que me detenga de nuevo en la sensación de calzar aquellas chancletas y escuchar el modesto cloquear de mis pasos. No hay razón, pero quiero, como Sherezade, contar mil noches en el cuerpo del niño que fui
Todo ha sido cierto. Todo lo que he ido contando hasta este momento: las vías del tren y el asesinato de Eva Lucía, las trapecistas volando sobre las redes del viento, la trágica muerte de mis perros, Aureliano, la caída, el loco de Florencio, la mujer que fue mi madre; todo ha sido tan cierto y todo es tan sólo parte de la sombra de Sherezade. Nada he agregado que no sea honesto y sincero. Nadie tendría nada que reprocharme porque nadie sabrá de este silencio inquieto; el cual siempre está a punto de morir por las noches y que ante su agonía, una palabra falsa sale a su rescate
Esto lo escribo porque es necesario asirse a las mentiras, es preciso hacer un camino, levantar unos muros, aunque sea con ladrillos reventados y quemados, para formar una trayectoria sin hilos ni minotauros. Sólo serán endebles tapias y serpentearán suaves colinas abandonadas, pero permitirán la transmutación de las horas de la noche en un líquido de madrugada. Escribo esto justo cuando el sueño vence y el cuerpo cede al cansancio, y los recuerdos se hacen preciosos y forman una endeble verdad. Un juego de niños, un juego milenario para seducir la espada y evitarla
Podría incluso detenerme en cada uña de mis dedos, decir que el meñique del pie derecho estaba ligeramente torcido, encorvado, que parecía un diminuto Rigoletto coronado con una uña minúscula. Podría también describir el corte recto de mi pantalón, hacer alusión a la perpendicularidad con la curvatura de la tierra; entrar en detalles sobre mis chanclas, las cuales me producían la sensación confusa de ser un pequeño adulto mal logrado
No lamento que mi voz se pierda en esta pedestre construcción, no lamento que la voluta sea mi proceder. He salido a dar un paseo y sucede que me detengo ante cada detalle porque quiero prolongar el camino. Sucede que los laberintos vuelven la mirada coclear y parecen alargar el tiempo. Y entonces llega la confusión, la sal acaricia al desierto, observa a las ciudades; y un suspiro insumiso hace temblar al universo. Allá Lot y allá yo, ante una tierra yerma e infinita
Vestido de aquella manera me vi una vez, en un sueño. Suspendido sobre mi casa —a diez o quince metros— volaba con los brazos extendidos en cruz y planeaba, como un inocente zopilote, sin alegrías ni sorpresas. Desde aquella altura veía el patio de mi casa, y justo en medio del patio, veía a un niño de camisa roja a cuadros y pantalón café, que calzaba chanclas. Era yo en la tierra. Desde el aire me veía en el suelo, con la cabeza hacia arriba. Veía que miraba a aquel pájaro conocido que también era yo. Y mientras tanto, yo en el suelo, dejaba sentir el pequeño peso de mi cuerpo sobre las chanclas, alzaba la mirada y observaba a aquel niño planeando en el cielo. Fui simultáneamente volador y terrestre. Fui simultáneo al suelo y al aire. Desde el patio me veía volar y desde las alturas me veía anclado a la tierra. Volando me veía en la tierra observándome volar. No fue un desdoblamiento ni un caso prematuro de Doppelgänger. En todo momento fui yo y nadie más que yo
Años después, sobre ese horno y sobre esa casa construyeron otras casas, más grandes, más fuertes, más lindas. Ya casi no regreso a ese lugar; en cambio retorno, cada vez que puedo, a ese sueño porque es el más antiguo que conservo. Y lo cuido con esmero porque últimamente las noches han sido blancas para mí. Y regreso a él con mayor frecuencia desde aquel mediodía en el cual me vi obligado a ser Sherezade
Hay sueños dulces de los cuales emerges como de un baño de agua caliente. Hay sueños sutiles que derraman su humedad por entre los resquicios de mi escritorio, en plena jornada laboral, y que mojan de vez en cuando algún oficio rezagado o un cheque cobrado hace muchos meses. Aquel sueño ha sido el aroma persistente de un perfume aún no imaginado. Todos los días, cuando estoy frente al reloj checador, me prometo repetir el sueño. Todos los días, cuando vuelvo a estar frente al reloj checador, reitero mi fracaso. Y todos los días, en medio de la mañana que ilumina mi habitación, percibo el trasminar de la muerte, como el masticar de una polilla constante en mis huesos
Esto lo escribo y es pura escritura. Nada habrá de sorpresas. No quiero engañar con la ficción. Pero hay mentira por el simple hecho de ser escrito. Si hay necesidad de un personaje, lo doy: Trato de recordar por qué el futuro sólo promete vacío para mí. Además, olvido decir que olvidar no es fácil, que los circos se prenden a los dedos y las perras acometen contra los párpados, que los nombres de las difuntas quiebran las venas de vez en cuando y que los días luminosos de noticias mortales todavía estallan aquí, en Xalapa, aquí, en cada gota de sangre que se torna azul, aquí, tan lejos de Santa Cruz Amilpas

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