Un verano

20:07



Recuerdo un verano extraño, cálido a pesar de las lluvias ocasionales fuera de temporada y de los ventarrones a destiempo. También recuerdo las caminatas vespertinas con mi abuela tíos y primos por los cerros del valle de Oaxaca. Y las comidas en el campo, con el aroma del chepiche jugando en nuestras narices. Tasajo, chorizo, tlayudas, quesillo, salsa… Los árboles y las rocas antojándose de las viandas familiares.


Y ya que estoy por los rumbos del Recuerdo, ¿cómo olvidar el pitido del tren que pasaba los domingo rumbo a Tlacolula? De eso ya hace muchos años. Por el momento las locomotoras se oxidan en algún lugar desconocido, junto con los rieles. Los durmientes fueron cena de las polillas. Y los pedernales se hundieron en la tierra hambrienta.

Ya no corre rápido el tren, ahora lo hacen los automóviles y las bicicletas. Ya no hay vías, ahora está Avenida Ferrocarril y una ciclo pista.

Recuerdo un verano extraño en el cual, obligado por la nostalgia, recorrí de nuevo aquellos caminos y veredas. Olí otra vez los aromas del campo y sentí la dureza de las piedras. Polvo, sol, sudor. Y los cerros creciendo a cada paso mío. Y la vista espectacular.
Descenso. Sed. Hambre. Rodeando el antiguo camino del ferrocarril algunos lugares para comer. Elegí uno. Comales calientes y sobre éstos, la masa que se cocía. Pronto los frescos olores del campo fueron sustituidos por las cálidas notas aromáticas de una memela. Una empañada. Tomé asiento y de pronto el tiempo empezó a correr lento. Dilatado. Como si no importara. La comida estaba lista y mi mente disfrutaba de la paz a la orilla de la carretera.
Luego la lluvia que cayó furiosa, desesperada recorría cada centímetro de Avenida Ferrocarril, sacudía todos los árboles de San Sebastián Tutla, mientras yo daba mordida tras mordida a la empanada. El frío rocío que los ventarrones esparcían, de vez en cuando tocaba mi rostro. El calor del comal parecía luchar contra el viento.
Y yo, explorando el país del Recuerdo.





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