No
serás más que un mariconcito de colonia. Desde pequeño tu padre
tratará de «enmendarte». Tus tÃos te obligarán a jugar futbol
por las tardes y tus primos se burlarán de tus muñecas. Las niñas
del barrio pasarán tiempo contigo, pero ante el mÃnimo disgusto
infantil, ellas te echarán del corrillo exhibiendo tu calidad de
varón. Crecerás. Alguien probará tu cuerpo y tú probarás su
rechazo. Serás admitido en las fiestas siempre y cuando seas el amigo chistoso, el
confidente inocuo de las mujeres, o el útil dispensador de cervezas
de los chichifos. Tus manos de maricón no sabrán de bisturÃes ni
de computadoras. Menos de libros sobre leyes. Serás el joto del
barrio que corta el cabello. Alégrate, pues por fortuna, no serás
el puto que vende su cuerpo y que, como todo homosexual, morirá de
sida
VivÃa
frente a la terminal de autobuses. Era un vagabundo, no tenÃa casa,
pero vivÃa frente a la terminal de autobuses. Su larga barba, recta
y rubia, le conferÃa un aura de sabio eremita. Aislado del mundo
dentro de la ciudad. Como San Antonio, contemplaba las tentaciones en
ese desierto de calles. Como San Jerónimo, escribÃa continuamente sobre un volumen de hojas. ¿Redactaba un diario, una novela, la resolución de un
problema matemático? Yo creo que construÃa aforismos para el arte de mirar. Yo creo que él se hartó del
mundo y se escondió del mundo dentro del mundo. No era un loco de
mirada perdida. No era un vago de sonrisa desfachatada. En algún
punto decidió no regresar más a su casa, a su trabajo; tomar una
mochila y un cuaderno y abismarse dentro de la ciudad. Quizá ahora
esté a punto de ser crucificado
Sólo
diré que en mi pueblo habÃa un loco llamado Florencio. Andaba
cubierto con una cobija porque siempre sentÃa frÃo. El agua le
provocaba pavor. Dicen que antes de volverse loco fue muy inteligente
y que estudiaba mucho. QuerÃa ser maestro. Dicen que era pobre y que
se iba a la escuela con una taza de café aguado en la panza.
Recuerdo su cuerpo grueso vagar por la calles. A veces puedo ver su
cara mugrosa pidiendo un taco para comer. Él, el loco que quiso ser
maestro, rondaba las calles de la escuela primaria. A veces era como
un niño, otra veces era agresivo con los adultos. Nunca tuvo el
cabello largo porque una de sus hermanas se acordaba de él de vez en
cuando y lo rapaba. HabÃa dÃas en los cuales se portaba mal y esa
hermana le daba de palos. Muchos lo engañaban, diciéndole que le
darÃan algo de comer, y cuando estaba cerca le aventaban una cubeta
con agua. Me gustaba ver cómo arrastraba su cobija a cuadros por
las calles. Los flecos de tela rozaban la tierra y murmuraban grandes verdades. Un dÃa, cuando Florencio cruzaba la carretera,
murió atropellado. Aún hoy, tantos años después, logro escuchar
su voz seca contestándole al viento