«¡Barrabás!, ¡Barrabás!, ¡Barrabás!»

11:52



Y su mirada perdida, opaca, cansada llegó hasta el patio de una casa humilde, perfumada con virutas de cedro. Unos niños corrieron al interior y él caminó detrás de ellos. Sus pies no dolían y sus muñecas estaban libres. Encontró a una mujer que preparaba animosa la comida. Él bien hubiera podido decir: «Magdalena, sirve que estoy hambriento», pero unos gritos enervantes le arrebataron bruscamente a la mujer y a los niños, y el soporífero aroma doméstico se desvaneció. Volvió a sentir el dolor en el cuerpo y comenzó a escuchar, con gran amargura, un nombre que se repetía con fuerza creciente: «¡Barrabás!, ¡Barrabás!, ¡Barrabás!».

You Might Also Like

0 comentarios

Lo anterior

La memoria que se olvida

Si tan sólo miraras atrás

Subscribe