La decadencia y las ciudades I

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La decadencia es el anuncio del final.
El recordatorio de que nada es para siempre.
En las ciudades, signos inequívocos de decadencia son la paidofilia y la indigencia.

La paidofilia no es otra cosa más que el desinterés de los adultos por lo adulto. Por lo serio.
Es la imposibilidad de sentirse atraído por una sociedad vieja. Caduca.
Los paidófilos buscan formas inconclusas, su olfato es insultado con el aroma de la muerte. Buscan desesperados la esperanza de la continuidad.
Niegan el fin afirmando el comienzo.    
Por eso, cuando una ciudad entra en decadencia, los paidófilos salen a las calles a observar, con modesta lujuria, a los niños vestidos con apretados shorts o livianas falditas.
La paidofilia está hecha de nihilismo y contradicción y va más allá de la simple atracción sexual.
Es la atracción por lo infantil, no necesariamente por los infantes.

Y la indigencia.
Vivir en las calles, es no vivir en sociedad.
Dormir afuera de un establecimiento cerrado, es cerrarle las puertas a los otros.
Egoísmo producto de la desilusión.
Es una sociedad desmembrada. Atomizada.
Una ciudad a la cual se le resta un habitante más.
Cuando una ciudad entra en decadencia se vuelve día a día inhabitable, por eso es tanto más cómodo vivir fuera de la ciudad, estando aún adentro.
O padecer indigencia bajo un techo protector.   
  
Una ciudad en decadencia es reconocible de inmediato:
la vida trascurre entre la sonrisa afilada de paidófilos y la mirada rodeada de mugre de los indigentes.

La decadencia es la señal a la cual todos debieran abandonar la ciudad.
De no hacerlo, se vivirá en un galimatías del progreso.
Es un pozo infinito,
lo que entra, ya no sale.

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