Y sucedió

18:01




De pronto me vi obligado a levantarme del suelo. Apenas podía respirar. Oscilé, después hice algo parecido a caminar. Sólo pensaba en estar lejos de ese lugar oscuro y sucio. Me costó un poco de tiempo darme cuenta que mi nariz sangraba. Mis dedos mojados con mi sangre, roja, muy roja, en medio de la oscuridad de la Central de Abastos. Mi suéter verde manchado. Y la sangre que fluía.

Después vino la conciencia de que mi nariz se hinchaba, punzaba. Percibía su crecimiento.




No sé en qué momento perdí la mochila. No recuerdo que me la hubieran quitado. Ni siquiera pude ver los rostros de los maleantes. Espíritus nocturnos que me acecharon. Demonios de la oscuridad. Rompieron mi pantalón, me jalonearon como perros de caza, mientras uno apretaba su brazo alrededor de mi cuello. El tiempo se detuvo a la espera de volver a respirar, aunque fuera un poquito. Casi me desmayo. No me di cuenta a qué hora me dejaron en paz, tirado en el suelo sucio y oscuro de la Central de Abastos. Debajo del puente.




Fui la presa de unos perros poco eficientes: no se llevaron mi billetera. Ni mi monedero. De hecho ni un solo peso en efectivo. Pero se llevaron una mochila, la bolsa que contenía tantos recuerdos, la maleta de los viajes a las tierras altas y las playas. El medio de transporte de piedras y cactus. Donde nacieron mis primeros sueños de una vida acompañada.

Y tres libros. Un celular y una cajetilla metálica de cigarros. Ya no fumo más.
Así pues, me golpearon y casi asfixian por un montón de recuerdos.
Sé que habrá cientos de escenas que clamarán por ser retratadas, que yo estaré ahí, viéndolas y que no podré hacer nada más que devorarlas con la mirada y olvidarlas en el recuerdo.



¡Y mis lentes!

Esta noche regresaré, espero verlos esta vez.

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