Las ciudades y la muerte

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¿Porqué,
irremediablemente
termino hablando siempre
de la ciudad?
¿Será porque cuidad somos todos
y ciudad nada?
Me olvido de deducciones lógicas
para abrazar la salvajez de las palabras.
Mira las avenidas: bloqueadas.
Trata de cruzar los puentes: quebrados.
¿Acaso se puede vivir en ciudades muertas?
Los muertos vivientes no viven:
sólo mueren eternamente.
¿Qué es morir?
¿Qué es una ciudad?
Un cúmulo de posibilidades contesto raudo.
¿Y cuando sabes que esas posibilidades
son francamente improbables?
Eso, quizá, es el inicio de la muerte,
la fecha de caducidad ajustada a ese momento.
La exactitud se diluye en la negación
y entonces es sólo un caer continúo
e inconsciente.
El suspenso, el tiempo fuera.
Pidos.
La muerte blanca
llega en el momento
de un pequeño descanso
del alpinista agotado.
Las ciudades mueren
no de cansancio
más bien
por agotar
todo aquello
que pudo ser.
La mina minera que se aniquila a sí misma
es la imagen que
llega a mí
esta noche de ciudades luminosas
ocres,
opacas,
grises y negras.
Ciudades que visito
que destruyo
y a veces
que vivo.
Tú.
Yo.

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