Las ciudades y la caducidad I

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No sé si lo he dicho ya:
Las ciudades tienen fecha de caducidad.
Son como un trozo de carne echado en medio de un llano.
O un valle.
O una colina.
El amanecer lo descubre tímido, solitario. Pequeño.
Luego el sol lo hincha de color rojo,
brillantes destellos lo bañan.
Hacia la tarde el olor a putrefacción empieza a cantar su canción,
primero suave,
después un galimatías de percusiones y gritos desesperados.
Moscas.
Gusanos.
El trozo de carne se reduce a  un líquido negro y viscoso.
¡El charco de las larvas!
Crecerán otros seres.
Habrá vida en el recuerdo de aquel vacío,
pero la carne ya no estará más.   
Las ciudades tienen fecha de caducidad.
Muchas veces lo que se ve,
es sólo el aroma de la pestilencia pasada.  
La persistencia del olvido.
¿Qué olvido?

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