Las ciudades y el escupitajo

17:34




En medio de la furia de los peatones lo veo:
un viscoso, lúbrico y verdoso escupitajo
que se desliza lentamente
por el dorso de un basurero.
La gota de hule que no quiere caer.
El líquido se suelta un hiloe
para aferrarse al basurero
para seguir cayendo sin caer.
Basta con caminar por las calles
con los ojos bien afinados,
y los oídos aguzados
para darse cuenta que esta, mi ciudad
hizo algo mal. En algún momento de su vida.
Los vagabundos son los propietarios
de banquetas y avenidas
y profieren insultos
sermones y discursos tautológicos:
¡Deca-demencia!,
¡dé cadencia!
Decadencia de cadencia.
De caer, decantar, ¡decampar!
Veo los rostros oscuros de los hombres
que nos gritan la verdad:
la misma oscuridad y mugre
que hay, estoy seguro, debajo de las paredes
limpias, rojas, azules y amarillas
que pueblan esta ciudad.
No es necesario esforzarse tanto
para leer en las calles las notas de la partida
para escuchar decir a las piedras:
“That it’s all folks!”
para oler de la carne que se mueve,
el aroma pútrido de la danza macabra
del caer continuo.
Aún continúo y aquel escupitajo acedo no cede.
Cae. Cae. Caca, ee.
Y el estiércol se pasea sin pudor
de día y por la calle.
No es necesario que lo grite,
no es necesario que lo señale,
pero,
¿qué otra cosa podrí(d)a ha(cs)er?


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