Lilis puntiagudas

19:44



Lilis puntiagudas que penden amenazantes sobre mis ojos.


Tentáculos de cefalópodos gigantes que hacen jirones mi tranquilidad,

miríadas de amenazas que caen sobre mis testa.

La noche es lo suficientemente negra como para ser sinceros.

Grito la palabra prohibida, lanzo al monitor sucio todas las palabras hirientes que sé.

Y nada ocurre.

Pinches palabras hirvientes, letras esterilizadas que cortan sin causar infecciones.

Aberturas sin fiebres alucinantes, sin desfiladeros donde la muerte aguarde con brazos abiertos.

Y sonriente.

¿Cuál es el nombre de los soles?

¿Cómo se pueden nombrar a las lágrimas?

Ya todo carece de sentido.

La sonrisa de los niños es opacada por su llanto.

La sangre colérica es más placentera que la alcohólica amante.

Y las palabras afiladas por cientos de miles se aparecen en mi camino,

como terribles fauces dentadas que destrozan mis tobillos.

Una luna plateada,

diamantino el destello de tus ojos,

la áurea sonrisa matutina,

prístinos lamentos de rituales desconocidos.



Pido perdón. Antes que nada pido disculpas,

primero por descubrir que después de las palabras nada hay que deba interesar.



Luego, porque dentro de la desesperación traté de consolarme con imaginarios lectores,

con obtusa lisonjas y cerebrales críticas.

Pero, ¿quién no estira un poquitín el cuello al ver a una joven belleza desprenderse de sus ropas?

¿Cuál es el nombre del hombre que no voltea para ver la destrucción de Sodoma?



Y por último: las búsquedas falsas son dignas de vergüenza. Por eso me disculpo.

A veces no soy más que un payaso que usa traje sastre,

que sostiene un maletín de piel negra,

que sonríe triste detrás de su grueso maquillaje,

que en las noches sin público, es cuando ofrece su más plausible representación.

Un oso en tutú que maneja un monociclo.

Un monociclo pintado en una tela grande, dibujado con morosa codicia.

Un tipo flaco que va al súper después de protestar contra la globalización.

El idiota que señala lo que una horda de idiotas ha venido señalando por siglos.

En verdad lo lamento, lo que sucede es que el yo suele ser tan fuerte que el otro es aplastado sin el menor miramiento.

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